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Día de la resistencia indígena ¿o de la raza?

Alexa Nairobi

Una de las fechas más significativas para el continente americano es el 12 de octubre como hito fundante que marcaría la historia del orbis terrarum (representación cartográfica del mundo conocido). La historia indica que un navegante genovés, al servicio de la corona de Castilla, llegaría este mismo día, pero del año 1492, a un supuesto nuevo mundo: América. En varios países de América Latina se celebra bajo el nombre del día de la raza, el día del respeto a la diversidad cultural, el día del encuentro entre los dos mundos o el día de la resistencia indígena. Pero detrás de todas estas celebraciones, en el trasfondo y superficie, se cuece una historia larga de dolores, despojos, negación y muerte sistemática, que hasta el día de hoy sigue vigente.




Recuerdo que cuando estaba en el colegio los profesores y profesoras del área de ciencias sociales desde la segunda mitad de septiembre comenzaban a poner todo su esfuerzo e imaginación (¡colonial!) en la preparación del acto cívico para celebrar el aclamado día de la raza, una de las fechas más importantes dentro de la agenda cultural de las escuelas de Colombia. Nunca faltaba la profesora que con sus ojos estereotipados comenzaba a pasearse por el paisaje facial, como diciendo: ¿dónde están los indios, los blancos y los negros? A las personas de ojos rasgados y cabello liso, les daba el papel de indígenas; a las personas afro les daba el papel de los “negros”, y en el caso más extremo, si no había gente morena, pues recurrían al carbón y al aceite para pigmentar; y a las pieles más claras –o amarillas- les daba el papel de los españoles. Los niños regresaban a casa con la misión de fabricar taparrabos, flechas, plumas coloridas, cadenas y espadas. De hecho, hace días una señora me comentaba que a su hijo le tocaba disfrazarse de indio para una obra de teatro en el colegio, y que su mayor preocupación era: ¿cómo se visten los indios de Córdoba? Porque no quería que su hijo saliera desnudo frente a todas las miradas.


Las escuelas son ese primer espacio donde nos construyen la imagen gloriosa del descubrimiento y la conquista. En primaria es común ver en los cuadernos las imágenes de los tres barcos zarpando en tierras habitadas por indios. El relato escolar tradicional insiste en que los españoles nos trajeron una lengua, un Dios y un Estado, en pocas palabras, un nuevo orden social que nos permitió salir de la ignorancia, la barbarie y la incivilización. ¿Qué efectos tiene la repetición de esta teatralidad, año tras año? ¿cómo instituciones como la escuela nos acercan al pasado? ¿nos acercan desde las memorias del elogio o por el contrario desde una memoria situada, crítica y conectada con la herida colonial que dejó el proceso de conquista sobre el cuerpo de Abya Yala? Contradictoriamente apelamos a esta fecha para celebrar la diversidad que nos caracteriza como país y sociedad, pero apartamos la mirada a la hora de reconocer el sufrimiento actual de las personas negras e indígenas a causa de las violencias estructurales. Existe una fascinación por hacer ferias gastronómicas y artesanales donde se exhiban productos con identidad ancestral, o se bailen danzas tradicionales, pero nos cuesta reconocer la belleza, la inteligencia, los derechos y la dignidad de las personas racializadas.


La celebración del día de la raza lejos de resaltar la diversidad cultural, afianza más bien un discurso de mestizaje como crisol identitario, biológico y cultural, del cual salió esto que somos. No se puede ocultar que hubo una miscegenación, pero tampoco se puede desconocer que esto ocurrió en el marco de prácticas de violencia sexual, sometimiento, esclavitud y dominio, y no siempre por conveniencia o con fines de armonía racial. Así mismo, el mestizaje como una herramienta colonial también es utilizado para los efectos del blanqueamiento y homogeneización, algo muy común en las familias colombianas cuando procuran que sus hijos o hijas se “mezclen” con personas de tez más clara. Muchos niñxs tienen configurada en su imaginación histórica que el encuentro entre los dos mundos era 1) necesario en el orden progresivo de la historia; 2) resultó armonioso, como si los españoles se hubiesen sentado con los habitantes del Abya Yala a repartirse el territorio de manera amistosa; y 3) que producto del encuentro de la cultura africana, indígena o europea surge la identidad nacional colombiana, la cual se sostiene sobre una ficticia armonía racial, que esconde violencias estructurales, robo de territorios ancestrales, deshumanización, epistemicidio y transformación de la naturaleza y el paisaje.


Parte del ejercicio de leer con otros ojos y otra piel el acontecimiento geopolítico que conectó las dos partes del océano atlántico, inauguró el sistema moderno-colonial –que sigue vigente hasta el día de hoy- y abrió camino a la intrincada empresa del capitalismo, fortaleciendo además sistemas de opresión como el racismo y el patriarcado, nos permite conectar con otros relatos que ponen acento en las prácticas de resistencia, insurgencia y rebeldía de los pueblos y naciones oprimidas por las instituciones económicas, religiosas y políticas europeas. Mirar el 12 de octubre como una fecha trascendental para la humanidad, pero reflexionando con respeto e indignación la trama de los dolores y horrores que trajo consigo la invención de una América que hasta el día de hoy sigue enfrentándose a las dinámicas de poder moderno-colonial, hoy palpables en el ecocidio sistemático, el expolio de bienes naturales, el exterminio de los pueblos indígenas y comunidades afro, el femigenocidio, el fortalecimiento del capitalismo criminal-gore, el asedio a la democracia por grupos anti derechos y segmentos religiosos fundamentalistas. Por tanto, acercarnos de otras formas a esta fecha, es también abrir la posibilidad de sanar las memorias de dolor heredadas a través del trauma colonial.

 

 

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