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Irse: en clave Trans.


Siempre he sabido que marcharse es un asunto político. Me he preguntado por todos los momentos y lugares de mi vida y transitar, en los que he tenido que abandonar, soltar, rendirme por darme mi lugar en el mundo.

 

Entonces irse, ¿de dónde? Y ¿por qué? Cuando eres una forma de existencia que debe replantearse y pelearse su propia verdad, irse en clave trans, es irse de la violencia ajena y propia, de familias que te ponen en peligro, de territorios donde te persiguen como una prueba de lo que “nos espera”.

 

Y es que nadie debería quedarse donde todo le pone en riesgo, ¿pero entonces dónde están esos lugares donde no van por tu cuerpo y por tu identidad? 

 

Pienso en todas las veces en las que tuve que renunciar a algo: al amor agresivo, a los lenguajes que te silencian, a lazos de sangre donde te prefieren muerta, a la pretensión social de quererte escondida y avergonzada.

 

He renunciado tantas y tantas veces a pequeñas pero enormes formas de extinción, que van por mi carne trans. Y solo me queda esta nostalgia en las palabras.

 

Ya no sé si quiero un lugar en este imaginario. Ni siquiera me interesa entrar a educar o a comprender el sistema cisgénero y asesino y sucio que tanto me ha negado y que me sigue abriendo huecos. Quiero desaparecer de él o hacerlo desaparecer. No hay otra opción para mí.

 

Me voy, como la camaleona que siempre he sido, que aprendió de sus hermanas trans que no hay un futuro posible ni otro modo de estar aquí. Y desprecio a un mundo que me quitó la tranquilidad y la oportunidad de volver a regresar a esos espacios donde alguna vez construí un muro de seguridad desde el corazón.

 

Desprecio a un sistema enorme, que me enseñó el camino a cerrarle la voz a mi infancia, a sus dolores, a sus extrañezas. Yo he tenido que irme y que dejar a mi infancia trans en el pasado, porque a veces irse, es la única forma de devolver un poco de dignidad al tiempo.

 

Me sigo marchando: del extractivismo de género, de las migajas políticas y sociales y amorosas. Del pánico moral donde yo debo sentirme culpable por poner un pie en la calle.

 

Me he marchado con la sutil y profunda fuerza de una doll trans y travesti, que sabe cuándo ya no hay vuelta atrás. Que entiende que irse es salvarse y que ese precio se paga con valentía.

 

Me voy, como la canción de Julieta Venegas. La pongo mientras escribo esto. Y pienso una vez más en que irse tampoco es tan malo, hay esperanza del otro lado, lejos de todo eso que me quitaba siempre algo. Tengo a mis amigas, a mis colectivas, a mis íntimas de otros lados esperando por mi, a mi escritura que no deja de comprenderme.

 

Si pudiera elegir otra manera de ser y estar, me elegiría trans una y otra vez.

 

Jamás dejaré atrás lo que nombra y me representa: este sentimentalismo que es mi forma de sentir la pequeña habitación arrendada, donde sueño y aspiro y me observo y me cuido. He estado en tantas habitaciones, las he abandonado también. 

 

Irse para ojalá tener un futuro donde quedarme. Del cual no me vea obligada a renunciar. Esa es la razón de ser.

 

Me quedo en clave trans. Y ya, no hay otro modo. Repito, no hay otro modo

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